21 de diciembre de 2010

Un meloso cuento de navidad

-¿Ahora si te veniste? –preguntó Midori sudorosa y lejana, mirando hacia el cielo estrellado de la habitación. ¿Ahora sí?, insistió ante el mutismo de Javier, Javi como acostumbra a llamarle yacía entre las sábanas totalmente desnudo y volteado hacía la pared, observando las sombras, el espejo y al mosquito que zumbaba frenéticamente. También percibía el alboroto de afuera, donde la gente se empeñaba en llegar a algún restaurante o algún centro comercial para adquirir todo lo necesario para celebrar la navidad. Un verdadero asco.

-¿Qué pasó, si te veniste? ¿Te gustó? –Repitió Midori extendiendo sus brazos para levantar el edredón del piso -¿Te gustó Javi, verdad que ahora si te gustó? Insistió mientras se acomodaba el cabello y acariciaba la espalda de su pareja.

Javier se levantó de la cama.

-Sí, ahora si me gustó –dijo, y salió al balcón.

A lo largo de la avenida Cuauhtémoc sonaba una música violenta propia de las fiestas decembrinas. La gente gritaba y tocaba el claxon de sus autos. Era el “espíritu navideño” en su apogeo.

Se escucha un ruido, fue el celular de Javier que tiró Midori cuando salió corriendo al baño. Al percatarse de ello, el muchacho apagó su cigarrillo y regresó a la habitación con aires de necedad recogiendo el aparato. Midori estuvo encerrada casi tres horas soltando un llanto suave y sordo. En ese tiempo había oído cuando Javier encendió el televisor, cuando fue a la cocineta y se preparó una sincronizada, cuando se vistió, cuando tocó mansamente la puerta por primera vez, cuando le preguntó si estaba bien, cuando lo oyó decir “me lleva el carajo”, cuando le gritó “ya sal de ahí chingada madre” y cuando salió del departamento con un portazo de por medio.

Todavía estuvo otra media hora encerrada llorando y acariciándose su vulva satisfecha y dolorida. Sale por fin del baño, entra a la cocineta, tenía hambre pero no quiso comer. Comenzó a vestirse despacio, sin ganas y viendo por la ventana como se desmoronaba diciembre y volvió a llorar.

Javier regresó y se sentó en el pasillo, no tenía ganas de nada, un primer impulso lo hizo husmear en sus contactos, necesitaba oír una voz amiga, lo eligió a él, sin embargo el tono de marcación amenazante lo detuvo y prefirió colgar para luego tocar la puerta.

Midori abre y se quedan absortos mirándose por unos segundos, Javier la abraza y pegando su rostro al de ella le pregunta -¿Qué tienes? ¿Ya se te quitó?

-Sí, ya –musitó Midori desviando la mirada hacia la ventana por donde se asomaban las luces anunciando la inminencia de la Navidad.

-Qué bueno, mira lo que te traje- dijo recogiendo una bolsa.

-¿Qué trajiste?

-Mira te va a gustar.

-Gracias

-Pruébatelo

-¿Ahorita?

-Si, ándale, quiero ver si te queda.

-No tengo ganas

-Pruébatelo para ir a cambiarlo de una vez si no te queda.

-A ver, dámelo. Espérame tantito.

-¿A dónde vas?

-Al cuarto

-Ay cámbiate aquí.

Midori dudó, en verdad era un vestido precioso, granate, con florecitas y un cinturoncito café. –Está bien dijo y se quitó la playera con la leyenda “Cycling Makes You Feel Like Flying” para medírselo.

-¿A dónde fuiste? –Le preguntó a Javier quien se asomaba por la ventana.

-A dar una vuelta por ahí –respondió mientras miraba la delicada forma del cuerpo de Midori que se ajustaba al vestido, que le venía muy bien.

-Creo que me viene bien.

-Sí, yo también creo que sí. Feliz Navidad.

Midori se miró al espejo y luego miró en dirección de Javier quien corrió hacía ella y le dio un beso suave en los labios. Midori no pudo responder al instante pero después se dejo llevar por el aliento de su novio. Igual que la primera vez, aquella tarde de agosto en el sillón justo después de ver Temporada de Patos y justo antes de que llegaran los padres de Javier. Como si fuera la primera vez.

No querían perder el momento, querían congelarlo para siempre, entonces se fundieron en un abrazo y se depositaron suavemente en la cama. La noche sabía a amor.

Afuera el bullicio no se detenía. Era la Navidad en pleno.


Para ti, amor.


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