27 de noviembre de 2013

Tetas de durazno

Te llevas la mano a los labios y observas a la pizarra, te acomodas y cruzas las piernas; suéter azul marino, pantalón beige, “flats” del mismo color, los cuales le permiten a una herida reciente asomarse por la parte superior de tu pie izquierdo. Te llevas las manos a la cabeza y te acaricias el cabello, sientes calor. Luego agitas tu blusa; al hacerlo se alcanza a ver el tirante de tu brasier color durazno. Y comienzo a divagar.



Qué hermosas tetas color durazno tienes, hacen bonito juego con tus calzones. Agachas la cabeza y subes la mirada poco a poco hasta encontrarse con la mía. Y te sonrío y me sonríes. Una sonrisa perfecta. Cierras los ojos y te tocas un seno. Me provocas algo, sonrío nervioso y me pongo duro, me pongo duro para hacerte feliz.

Tus ojos negros, grandes y penetrantes me atraviesan. Me pides que me acerque, me dices que te gusto, que me quieres. Me dices que te folle. Me pongo más duro aun y comienzo a imaginarte sin el durazno cubriéndote, tu figura desnuda. Pretendo acercarme, me pongo de pie pero no puedo avanzar. No puedo, mis pies no responden.

Me es imposible cruzar toda el aula de clases para llegar a ti. Me es imposible porque todo permanece en silencio, porque todos estamos en la prueba final de economía, porque el profesor está al frente, porque estoy apendejado observándote; porque me ves y te das cuenta de que te estoy mirando y te ríes de mí. Porque eres hermosa y yo solo soy un imbécil.



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