Te llevas la
mano a los labios y observas a la pizarra, te acomodas y cruzas las piernas;
suéter azul marino, pantalón beige, “flats” del mismo color, los cuales le
permiten a una herida reciente asomarse por la parte superior de tu pie izquierdo.
Te llevas las manos a la cabeza y te acaricias el cabello, sientes calor. Luego
agitas tu blusa; al hacerlo se alcanza a ver el tirante de tu brasier color
durazno. Y comienzo a divagar.
Qué hermosas
tetas color durazno tienes, hacen bonito juego con tus calzones. Agachas la
cabeza y subes la mirada poco a poco hasta encontrarse con la mía. Y te sonrío
y me sonríes. Una sonrisa perfecta. Cierras los ojos y te tocas un seno. Me
provocas algo, sonrío nervioso y me pongo duro, me pongo duro para hacerte
feliz.
Tus ojos
negros, grandes y penetrantes me atraviesan. Me pides que me acerque, me dices
que te gusto, que me quieres. Me dices que te folle. Me pongo más duro aun y
comienzo a imaginarte sin el durazno cubriéndote, tu figura desnuda. Pretendo
acercarme, me pongo de pie pero no puedo avanzar. No puedo, mis pies no
responden.
Me es
imposible cruzar toda el aula de clases para llegar a ti. Me es imposible
porque todo permanece en silencio, porque todos estamos en la prueba final de
economía, porque el profesor está al frente, porque estoy apendejado
observándote; porque me ves y te das cuenta de que te estoy mirando y te ríes
de mí. Porque eres hermosa y yo solo soy un imbécil.
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