24 de agosto de 2014

Poniente 44


Estoy borracho y tú enfadada. Te escribo. Quizá una vez más tomé la decisión errónea, otra vez no logré ser fuerte y volví a demostrar que sigo siendo el chico inmaduro de hace años. Pero soy el chico inmaduro que te ama como nadie más.
Me la paso escapando de ese terror llamado madurez, preciosa. Y me entrego a la luz que se bebe toda la cerveza por las ventanas, al muro arriba de tu cara sintiendo que siempre estás en lo correcto; la lluvia que se hace agua y se impregna en el recuerdo de tu cuerpo que denota como va creciendo tu cintura. Somos felices bañados de ceniza con cerveza; viendo tu chat de whatsapp esperando tu mensaje o algún emoji sin sentido.

Allá estaba en una bicicleta afuera del metro Sevilla, indeciso como siempre: emborracharme con mis cuatro mejores amigos o esperarte afuera la escuela y darte una grata sorpresa. Me gusta la idea de hacerte feliz con esos pequeños detalles, me intriga saber cuál sería tu expresión al verme esperándote. También me devastan las ganas de querer ir a emborracharme como cada inicio de semestre en aquel bar de Azcapotzalco. No logré resolverlo y emprendí el viaje a tu escuela. Yacía ahí sentado junto a mi bicicleta observando el portón del colegio como si en cualquier momento fueses a aparecer para tomarme de la mano y entonces subirte a mi bicicleta e irnos lejos; como en los libros.
Fui demasiado débil y me fui de ahí. Una vez más me ganaron mis ridículas ganas de emborracharme, de llegar a casa borracho con las bromas de mis amigos en la cabeza. Me ganó la adolescencia.

De ese terror nos estamos escapando, y a veces tiene un nombre, un bote de basura, una banqueta deslavada, un bus oscuro en Cuitláhuac, un muro bañado en orines y cerveza, una historia paralela donde estás a mi lado borracha y me miras, nos olemos y recordamos que no importa cuánto nos destruyamos ni con quién lo hagamos, vivimos para enfrentar juntos el terror que es esa puta madurez.

Al final, nada de eso existe, te llamo y cuelgas enfadada. Solo soy una basura jugando en el aire, un abrazo de almohada, un tocarse borracho a media noche, un café solitario, una cama fría y abandonada. Soy la lata que te vas a llevar pateando hasta tu casa. Una llama apagándose debajo de la lluvia, la calma después del ácido. El dolor de la tarde que hemos perdido. Una noche rompiendo olas en tu conciencia. No somos adultos, somos juguetes. Soy el chiste viejo que termina en insulto que da paso a las risas idiotas, a la vida caminando con la cara hacía el suelo y las manos en los bolsillos.

Ojalá hubieras ido, ojalá no fueses mucho más madura que yo. Eres todo lo que necesito inhalar y fumar y chupar. Búscame de nuevo la boca, búrlate de que aún seguimos juntos. Aunque el bar esté lleno de bultos. Toda la juventud tragando cerveza y sintiéndose inteligente. Soy uno más de esa ciencia descabellada. Pero necesito sentirte todas las noches. Mañanas. Tardes tirados en tu sofá. Quiero que sepas que eres el sabor de todas las semanas. Quiero estar sobrio para dejarme de pendejadas, para decirte que te amo y no me cuelgues la llamada.

Y levanté la cabeza, exaltado por la combinación de sueño y alcohol. Mire a mi alrededor buscándote, pero solo hallé a la eterna adolescencia.



No hay comentarios:

Publicar un comentario