16 de diciembre de 2009

Y ahora... ¡un cuento!


Rápida y Expedita

En cuanto llegó la mujer le pidió que se sentara frente a su escritorio. Reynoso le sonreía como si en lugar de trabajar para ella se la estuviera tratando de ligar. Se levantó de su sillón y fue hacia la percha donde había dejado su chamarra. Comenzó a buscar sus cigarros y por fin encontró una cajetilla casi nueva de Benson mentolados. Le dio unos golpecitos en la parte de atrás y luego sacó tres ofreciéndolos a ella como si estuviera en un comercial.

-No, no fumo. Estoy tratando de dejarlo

-Quisiera tener su entereza. En momentos de crisis las personas desarrollan muchos vicios y manías.

Reynoso se sentó en el sillón y encendió su Benson fumándolo lentamente, sacando humo a bocanadas, tratando de que el tabaco se comenzara a consumir con uniformidad. Luego tomó un fólder que tenía sobre el escritorio y comenzó a hojearlo.

-Señorita Carmona, antes de darle los datos fríos, crudos, como si entre usted y yo sólo hubiera un contrato y no una amistad quisiera… ¡Caray!, no sé ni cómo empezar. Verá usted. Ese día que la vi en la Procuraduría me pareció tan desvalida, tan indefensa tan necesitada de una orientación que por eso me ofrecí a ayudarla. NO crea que fue por el hecho de conseguir algún dinero. Mi viejo no me enseño así.

La mujer llevaba puesta una enorme chamarra negra y unos lentes oscuros que ocultaban los muchos días de llanto. A pesar de que nadie podía verle las piernas, se había puesto la bolsa encima de ellas.

-Luego me enteré de lo de su hermana. Una verdadera lástima; esa muchacha se ve que tenía muchos planes, muchos sueños. Cuando vi su fotografía supe de inmediato que era terrible, que lo que le hicieron sólo lo pudo haber realizado un maniático, un maldito depravado. Esa forma tan brutal de violarla y luego de matarla, como si no le hubiera bastado con… -Reynoso hizo una pausa que resaltó el dramatismo de sus palabras. Dio una fumada y puso el cigarro en un cenicero que decía: “Tlaxcala te espera”-. De verdad que este mundo se está volviendo una jungla. Pero ni siquiera eso, los animales matan por sobrevivir, aquí el asesinato es gratuito, como si fuera una diversión. El ser humano está terminando con él mismo. Esas cosas me entristecen. De verdad. Por eso tomé el caso, por eso comencé a buscar a ese maldito, por eso di con él. La mujer se quitó los lentes y los puso sobre el escritorio.

-¿Entonces ya sabe quién es?

-Así es. Le dije que le iba a dar resultados rápidos. Pero no crea que fue fácil; tuve que juntar pistas, hablar con personas poco agradables, dar un dinero aquí y allá. Pero sabe qué: tan solo debía acordarme de la cara de su hermana, de esos ojos tan bonitos que tenía, de que apenas era una niña, para darme fuerzas y no claudicar. ¿Sabe cuántos casos al mes llevo? Para sobrevivir sigo a las esposas jóvenes de gordos empresarios, investigo casos tan simples como fraudes entre socios, pero lo que verdaderamente me hace sentir vivo, útil, es desgracias como la de usted. Digo, el tipo ese merece un castigo mayor que la simple ida a la cárcel.

La mujer comenzó a soltar un par de lágrimas que limpió con un klennex que traía en su bolsa. Reynoso se levantó de su escritorio con el folder amarillo que estaba en su escritorio. El cigarro que había encendido se consumía en el cenicero. Era un actor conciente de todo su escenario, sabía muy bien donde pisar, qué palabras decir, cómo caminar. Se sentó en el escritorio cerca de la mujer.

-No llore, por favor ya no llore. Me siento mal conmigo mismo. Porque ¿sabe qué? Usted está sola. Si yo le dijera a la policía todo lo que he encontrado, el nombre completo del tipo, las pruebas, en fin, todo, lo único que obtendríamos sería tiempo muerto, legajos y legajos llenos de jerga de leguleyos que en anda se interesan por usted o su hermana. Es triste decirlo, pero es cierto. Y en dado caso que lo procesaran, ¿sabe lo que pasaría?, tendría que esperar todos los trámites burocráticos, todo el proceso, el ir y venir, gastar el dinero en abogados, en mordidas y en jueces corruptos para lograr un poco de justicia. Esa es la verdad de este sistema podrido. Y si llegaran a encerrarlo, nada más iría a dar a una celda con todos los privilegios; pero una vez cumplida la tercera parte de su condena el tipo podría salir bajo palabra. Entonces, señorita Carmona, cuídese, porque esa bestia vendría por usted. ¿Sabe porque le digo esto? Porque lo he visto de cerca, porque yo lo vivía a diario. Yo era judicial y lo abandoné después de asquearme, de estar hasta el fondo de toda esa porquería, de todo eso que significaba comprar y venderse.

Reynoso se levantó del escritorio y caminó hacia el baño. La mujer se quedó pensando en lo que acababa de decir el investigador. Era cierto. Hacía casi dos meses que había levantado un acta, había rendido declaración durante horas en un cuarto de dos por dos, soportando el ir y venir de tipos con mangas de camisa, mujeres hastiadas de turnos que duraban días. Estaba harta del golpeteo de máquinas de escribir que parecían acorazados sobre los escritorios, de hojas y hojas con faltas de ortografía y de frases como El C. Ciudadano. Y la pesadilla que había sido encontrar a su hermana tendida en la sala de su casa, cubierta de sangre y luego la llegada de una horda de tipos sacando fotografías, levantando el cuerpo como si fuera un maniquí y las preguntas, las sospechas, sobre ella y sobre todos, y así, dos meses después no tenían nada, ni la ligera sospecha de alguien o un nombre, y este hombre ya había logrado localizarlo. Todo el sistema estaba podrido. Reynoso salió del baño con la cara escurriéndole agua, todavía oyéndose cómo se iba llenando el registro de la taza.

-¿Sabe cómo piensan esos asesinos? Ven a sus víctimas como objetos: se olvidan que tienen familia, que alguien los espera al regresar de su casa, que tienen nombre. Para ellos son únicamente receptáculos de su oído. Un lugar donde dejar todo su resentimiento. Por eso yo nunca olvido el nombre de las personas. Estela Carmona, niña de diecisiete años, asesinada y violada en su casa. –Reynoso caminaba lentamente dirigiéndose a su lugar cerca de la mujer en el escritorio- ¡Carajo!, a qué grados hemos llegado que uno ya no puede sentirse seguro en ningún lado, cualquier día nos podemos morir en las manos de algún desgraciado que nos espera dentro de la casa. Y eso es lo que me duele. Que al maldito que la mató la conocía, que la tocaba, que decía amarla.

La mujer se le quedó viendo a los ojos. Sentía una opresión en el pecho.

-Según lo que he sacado en claro – dijo Reynoso tomando el sobre entre las manos y revolviendo las hojas y fotografías que estaban dentro de él- se llama Ulises Vásquez, conoció a su hermana saliendo de la escuela. Se frecuentaban, casi eran novios, pero lo que no sabía su hermanita es que ese tipo era un desgraciado. Se lo puedo asegurar, este hijo de perra ha matado antes y seguirá matando. Por eso señorita Carmona yo quería proponerle algo. Reynoso se levantó dejando abierto el sobre con varias fotos de un sujeto de cabello largo, chino, de ropa holgada, con un tatuaje en la mano izquierda. El tipo parecía todo menos una buena persona. La mujer lo vio con detenimiento. Se imaginó poniendo sus manos sobre su hermana, golpeándola, cortándola, violándola. Tenía ganas de vomitar, ahora que tenía una prueba palpable del asesino todo volvió a hacer real y dolía. ¡Como dolía!

-Pero no quiero que salga de aquí. Esto se lo digo porque sé que puedo confiar en usted y porque su caso es especial, porque hay que ayudarla, porque debo ayudarla porque quiero ayudarla. Reynoso había puesto la mano derecha sobre el hombre de ella.

- El tipo va a quedar libre. Alguien tiene que matarlo. No puede ser que después de lo que le hizo a su hermana pueda andar paseándose. Ahorita anda por ahí, se imagina; a lo mejor en este preciso instante está con una niña inocente como su hermana.

Reynoso se fue a sentar a un sillón y comenzó a fumar otro de sus Benson.

La mujer veía con detenimiento al detective, digería lentamente las palabras.

-Pero que puedo hacer.

Reynoso se tomó su tiempo, abrió un cajón y sacó una pistola.

-Yo he matado. Mientras trabajaba en la policía mate a unos seis o siete tipos. Todos se lo merecían. Pero lo hice porque yo era un representante de la ley. Ayer que encontré a este sujeto tuve ganas de hacerlo, de darle un tiro y luego dejarlo ahí, pero ¿sabe porque no lo hice?

Dejo la pregunta en el aire. La mujer lo vio a los ojos y luego musitó: No sé.

-Porque sería un asesinato, en cambio, si usted lo hiciera sería justicia. Ojo por ojo. Usted i tiene razones de peso.

Reynoso se levantó sin perder contacto visual con ella y le puso el arma entre las manos.

-Si usted se decide podría darle esta pistola. Esta limpia, es de 2reuso”. La policía las utiliza para cuando quieren matar a un criminal y va desarmado. Nunca la relacionarían con usted. Quedaría fuera de toda sospecha. Además, piense en el tipo –dijo el detective enseñándole las fotografías- ¿en verdad merece vivir? Piense en su hermana, en la impunidad, en que este maldito asesino quedaría sin castigo alguno si usted no se decide.

Ella vio las fotografías luego a Reynoso, el vientre gordo y a la vez duro de él. Sus manos, el mostacho espeso, esa cara de dureza y a la vez de comprensión. Pensó en sus palabras, en las razones para acabar con el tipo, ene se maldito laberinto en el que se convertiría su vida si continuaba viendo al abogado de oficio y su incompetencia. En lo mucho que le dolía Estela, en las tardes que habían pasado juntas, en las noches larguísimas platicando de hombres, de enamoramientos que duraban una o dos semanas, en todo lo que habían pasado juntas, en cuanto la quería, en cómo había acabado, ella, su hermanita. ¿Si lo mataba? Nada iba a cambiar, no volvería su hermana, no regresarían los buenos momentos. Pero cuando menos no estaría cada noche soñando con justicia, con un poco de justicia.

-Está bien, acepto –dijo de improviso apretando los dientes.

Reynoso manejaba un Dodge rojo que todavía soportaba algunos baches sin vibrar demasiado. La señorita Carmona, como la llamaba, iba a su lado apretando la pistola contra el vientre como si en eso le fuera la vida.

Se habían quedado de ver en la esquina donde estaba su despacho. Reynoso le había dicho que fuera de ropa negra sin haber tomado alguna clase de estimulante y con tal decisión. “Es justicia, no asesinato”, le repitió cerca de seis veces al teléfono. Pasó por ella y le entregó la pistola que guardaba en la guantera del coche.

-Este tipo siempre sale de su casa como a esta hora. Deambula por la colonia un rato y luego va a buscar a una mujer con quien acostarse. Su vida es rutinaria –le dijo manejando por aquellas calles húmedas por la lluvia perenne-. Un hermano lo mantiene, así que no tiene gran necesidad de trabajar. El plan es éste: lo seguimos un ratito hasta asegurarnos que está solo, entonces nos acercamos, le preguntamos cualquier cosa y usted le dispara en cuanto se volteé. ¿Entendió señora Carmona?

-Sí. Todo está claro.

-Y recuerde, no es un ser humano, es una bestia y lo que va a hacer es justicia rápida y expedita. El mató, él debe morir. Jesucristo lo dijo: “con la vara que midas serás medido”.

Entonces Reynoso detuvo el auto frente a un edificio, vio el reloj y apagó el motor. A los pocos minutos la mujer vio salir al tipo de las fotos. No cabía duda, era él. Entonces sintió el arma más pesada, la vio más grande, más mortífera. Reynoso encendió el auto y comenzó a andar detrás del tipo. El sujeto volteó unas dos veces hacia el coche y comenzó a caminar más rápido.

-Es ahora o nunca. Ya se dio cuenta de que lo seguimos. Le tiene que disparar en cuanto lo tengamos en la mira, si no lo hace este tipo la va ir a buscar. Vamos.

Reynoso aceleró para quedar a la misma distancia del sujeto. La mujer levantó el arma con lentitud, como si pesara toneladas.

“Esta pendeja no lo va a hacer, no le va a atinar. ¡Carajo!!”, pensó Reynoso.

La mujer tomó la pistola por las cachas con las dos manos y soltó un disparo, luego otro y luego otro. Ya no trataba de acertar el tiro, sólo disparaba.

-¡Esto es por Estela, hijo de perra! –gritó en cuanto vio que el sujeto caía al suelo con un disparo en la cabeza.

Se sintió liberada, con un peso menos en su enorme costal de culpas.

Reynoso sonrió hundiendo el acelerador al máximo con una sonrisa de oreja a oreja.

-Llegando al despacho hablamos de dinero –dijo viendo hacia la oscuridad de las calles.

En el sillón estaba sentado un hombre de cabeza rapada. Era fornido, con las manos surcadas de venas y el rostro duro. Oía atentamente a Reynoso que fumaba un Benson mentolado recargado en una pared cerca de una ventana.

-Así es señor Vásquez, le puede parecer todo lo increíble que quiera, pero esta mujer asesino a mansalva a su hermano. Hay numerosos testigos que la vieron conduciendo su auto y disparándole desde ahí a Ulises. Pero déjeme decirle algo, esta mujer tiene contactos en la policía, no crea que va a ser fácil encerrarla; usted sabe que en este país el sistema judicial está podrido. El único consejo y la única ayuda que le podría dar es… ¡Caray!, le digo esto porque usted me ha dado confianza porque siento el mismo dolor que usted está experimentando pro el asesinato artero de su hermano. Yo muy bien podría conseguirle una ´pistola de uso, de esas que utiliza la policía para cuando quieren matar a un criminal y no va armado. Podríamos esperar a esa mujer y hacer justicia, en verdad, rápida y expedita.


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