4 de septiembre de 2010

La chica de la mesa siete

Me encuentro absorto admirando la taza un tanto despostillada de mi americano descafeinado justo cuando una chica que va acercándose a mi mesa roba mi atención por completo, se pone cómoda en la mesa de junto y me quedo perplejo mirándola; los clichés de los demás comensales ahí presentes me llevan a casi encender un cigarrillo pero me resisto ante mi propósito de dejarlo.

Sigo observándola mientras ella ve el menú que es envuelto por una especie de piel color granate, es entonces cuando mi mente comienza a naufragar pensando en la posible vida que pueda llevar aquella chica: su escuela, si tiene pareja, si es una joven fácil o una señorita decente, si cogerá formidablemente, si es divertida, él como serían nuestros hijos si formara una familia con ella, si pudiese enamorarme de su interior, sí, de su interior porque en ese momento tengo la certeza de que estoy enamorándome superficialmente al sentir esa gran atracción física hacia ella.

Todas esas cosas invaden mis pensamientos mientras me situó a escasos metros de su humanidad, esos mallones de tono grisáceo, que van desde el fondo de esas botas negras seductoras hasta donde empieza a apreciarse su blusa blanca y delgada diseñada con florecitas vintage, me mantienen verdaderamente cautivado. Su cabello corto, lacio y de un negro intenso, su piel blanca, esas pequeñas pecas que se alcanzan a distinguir a la distancia y sus ojos tan bellos inmersos en el paisaje que ofrece la calle de Orizaba hacen que mis deseos de entablar conversación con ella y de conocerla aumenten. Pero regreso a la realidad en el instante en que me percato que han pasado ya alrededor de treinta minutos y está a punto de irse, pide la cuenta y yo estoy al borde de mi asiento con la vista hundida en el florero de la mesa pensando en que mi asquerosa timidez me impide levantarme y preguntarle su nombre, su número o hasta su e-mail. Pero esa decisión la debo tomar en escasos segundos y justo cuando estoy por atreverme, levanto la mirada y la veo ya cinco metros adelante, dirigiéndose a algún sitio lejos de mis sueños guajiros.

Llamó al mesero y le pido otro americano descafeinado y me quedo taciturno en mi lugar. En eso volteo hacia la izquierda y me quedo pasmado al ver un pantalón de mezclilla que despide un azul intenso, esa blusa color amarillo suave con un changuito en su haber y esa sonrisa tan agradable de la chica de la mesa siete.

Para “la del changuito” J

Relato proveniente de un sueño de Adal.

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