9 de diciembre de 2011

Día 126

La sed toca a mi puerta. Al centro de la recámara, hay un cuaderno y un cepillo de dientes. A un lado, algo que parece un bolígrafo, ¿no sabe fallar? no lo sé, yo siempre los pierdo. Una mochila pintada de recuerdos sobre la silla; una cerveza fría se muere sobre la mesa. Y un reloj que ya no camina, un reloj que yace en estado de coma, cual amor que se quedó dormido en la arena, allá por el mes de junio. Sin duda algo vivo habita este lugar.

Seguimos la línea de pasos, esa cobarde ruta que se desprende. Eso que todos dicen que está bien y que se supone debo hacer. Aún no comprendo nada, todavía no me perdono, me temo que jamás lo haré. Me recuesto lamentándome por todos aquellos horribles momentos que le regalé.

Al fondo, en la pared de la ventana, la sorpresa nos provoca un poco de miedo. Detrás de la cortina verde se dibuja una silueta y una hermosa sonrisa se asoma por un lado. Una sonrisa que asegura afirmarme que el amor tiene una vigencia, una vigencia que según ella no llegará aún.

Soy testigo del vértigo, el calor, la sangre dentro de su piel... Tengo miedo de mí mismo en mis pesadillas. Yo quiero a la narrativa, pero la narrativa nomás no me quiere.

“Nos vemos en una semana. Y trata de soñar otras cosas. Eres un buen hombre, puedes darte ese lujo, eres muy especial, siempre te recordaré y te amaré. Tú no me olvides."




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