14 de enero de 2012

Viernes 13

Tenía miedo, miedo a encontrarte, a encontrarnos frente a frente y saber cuál sería tu reacción luego de varias semanas de no saber nada de ti. Ha llegado el momento de enfrentar ese miedo, ahí vienes, alegre, rodeada de tus amigos y con tu sexy blusa negra, me pregunto cómo reaccionarás, si siquiera me saludarás. Me ves, sonríes y nos saludamos, te pregunto que cómo estas, sólo me respondes con un cortante “bien”, te pregunto que qué has hecho y que si te han llegado las cartas que he enviado, cambias el tema y me dices que te tienes que ir y te alejas. Me dejaste con mil palabras en los labios, todo fue fugaz, me quedo absorto observando tu belleza, no me dio tiempo ni siquiera de decirte cuanto te he extrañado.

Te vas, contenta, radiante y hermosa. Te vas…
Todo se detiene y él despierta, aún no terminan las vacaciones y su miedo sigue vigente, se despierta sudando y con el cuerpo frío, corre al baño a vomitar. Su mamaíta lo escucha y va a auxiliarlo, le dice que no vaya a trabajar y que se quede en casa a reposar; él hace caso omiso, se ducha y se va a trabajar. Fue una mala idea, todo el día se ha sentido pésimo, con dolor de cabeza y débil en demasía, tanto que no terminó la jornada laboral y optó por regresar a casa antes de las 12:00. Al llegar en mal estado, su mamaíta le insiste en ir al doctor, no hay otra opción, de verdad se siente muy mal.
Ya en el consultorio, el doctor lo nota muy mal, le toma la presión y pide que lo internen, pasará la noche en una camilla. Más tarde comienza el chequeo, el doctor distingue su gravedad e intuye que ha pasado ya varios días en malas condiciones, su presión se ha mantenido en 50-80, nada bueno. Debido a los síntomas reflejados le diagnostica un probable cuadro de salmonelosis, sin embrago de acuerdo a sus antecedentes médicos del 2004 también hay riesgo cardíaco, se necesitarán análisis, electrocardiogramas, entre otros estudios. La opinión del doctor se transforma en cuanto le pregunta a su paciente si ha estado nervioso por alguna razón, él responde que no, empero su mamaíta interrumpe y le dice que nervioso no, pero que quizá tenga que ver su estado anímico de los últimos meses, “ha estado depresivo doctor, triste”, le avisa. Los estudios siguen en pie, aunque la causa parece ser psicológica, después de explicarle todo, nuestro muchacho piensa incrédulo “¿tan lejos me ha llevado esto?”. El doctor sorprendido le informa que ha bajado siete kilos en las últimas seis semanas, (casualmente no ha visto a su ex novia desde hace un mes). Hay un grave desorden alimenticio y con ello variación en la presión arterial provocando fatiga y debilidad.
Al parecer la causa de su “problema” ha sido encontrada, el doctor explica que a pesar de haber asistido a terapia psicológica el conflicto va más allá. Todo se junto, salió de la escuela al mismo tiempo que dejó la terapia y dejó de ver a su ex; además de que su consumo de alcohol torna todo más complicado. El doctor dice que todo va a estar bien, que piensa bloquear la neurona causante de la obsesión para así detener ese sentimiento, en verdad eso es posible, le pide tres meses para que lo saque adelante.
Por instantes él se siente como Jim Carrey en Eterno Resplandor y se pregunta si en verdad en el fondo desea superar esa etapa y olvidarse del hasta ahora “amor de su vida”. En su interior aún existe alguna ligera y patética esperanza, una remota esperanza de que ella le otorgue una segunda oportunidad de regresar a su lado. No quiere olvidarla, no quiere borrarla, no se quiere ir.
Todo va a estar bien, todo, el mejorará; ella no sabrá nada, él la seguirá pensando y extrañando todo el tiempo; ella seguirá alejándose y cambiando su vida, mientras él continuará viviendo con el miedo de toparse con ella en algún pasillo de la escuela y no saber qué pasará, no saber cómo reaccionará, ni siquiera si lo saludará.


No hay comentarios:

Publicar un comentario