Todo alrededor tiene una apariencia de lejanía, de incredulidad; hoy en día todo me es inverosímil. Desde el sonido de su última palabra todo me parece distante. La lluvia me hace recordarla, las nubes me provocan melancolía.
Antes, cuando la herida era reciente solía llorar en cualquier lugar, en la calle o en el metro, me recargaba en la ventana y me cubría con la sudadera roja que me regaló en mi vigésimo cumpleaños. Ahora ya no lloro, ahora sólo miro al cielo, veo las nubes, nubes grises sollozantes, y maldigo todos aquellos momentos que le regalé, esos momentos causa de mis malditos impulsos y me digo a mí mismo “eres un pendejo”.