10 de marzo de 2012

Ni un segundo más sin red.

Todo el mundo sufrió aquel día en que el proyecto de ley del republicano Lamar S. Smith entro en vigor, desde entonces la caída de Internet ha sido irrevocable. Ya no hay lugar para descargar música y películas de forma ilegal, no hay donde ver videos, ver fotos para admirar o reír, no hay información de noticias deambulando y las redes sociales parecen pueblos fantasmas, Facebook yace dormido y Twitter agonizante.

Por el contrario, las calles lucen vivas, los centros comerciales abarrotados, los centros culturales, museos y cines cobran vida mientras que los parques resurgen y se llenan de gente como hace décadas: jóvenes en bicicleta y jugando futbol, niños saltando la cuerda y señores paseando a sus perros. Pareciese que vivimos en los 80´s, cuando el casete y el formato vhs llegaban a la vida de nuestros padres. Todo se ve genial, todos sonrientes y amables.
Tenemos la tarea de aprender a convivir de nuevo, a relacionarnos y hablar con otras personas. El uso de Internet nos alejó del mundo de allá afuera, debemos reencontrarnos con el exterior. Las redes sociales nos cambiaron, eran un verdadero problema, parecía no volveríamos a ser los mismos. Pasábamos absortos el tiempo, dejábamos pasar inadvertidos aquellos momentos alegres que caminaban justo frente a nuestros ojos; nuestras laptops, celulares y iPods nos obstruían la vista, no nos percatábamos de que todos esos momentos estaban tan cerca.
Conocíamos a la perfección todo lo que ocurría en la red, los hechos relevantes, noticias de última hora, felicitábamos por sus logros y cumpleaños a las personas de ahí dentro, los escuchábamos y los queríamos, llegábamos a entablar una relación de cariño con ellos. Pero… ¿esas demostraciones de cariño eran igual de emotivas que las que ahora damos a las personas de afuera? ¿Les brindamos la misma atención?
La muerte de Internet es un nuevo comienzo, una batalla que aún podemos mantener en contra de la tecnología, y con ello demostrar que todavía existen sentimientos totalmente reales en la gente. Las personas de allá afuera: sus padres, su familia y sus amigos los quieren, abrácenlos de vez en cuando, no dejemos que sólo sean guapos avatares que hablan a través de una pantalla. Salgamos.

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