21 de marzo de 2012

Un no muy lejano diez de febrero

Temblaba de miedo, moría de nervios y miles de situaciones posibles rondaban en mi mente. Era posible que hoy nos volviéramos a encontrar, me mirarás y me ignorarás. Era más probable que ocurriera eso a que al verme, sonrieras y me dijeras “hola”. Qué tonto fui al soñar con la segunda opción. Y así fue, ese “hola” no llegó, eso sólo podía pasar en mi imaginación.
Gracias a grandes errores y malos actos que cometí ahora puedo asegurar que sientes desconfianza, recelo y hasta temor al verme, estoy pagando.

Y es que ahí estabas. A otro extremo del aula, sentada, leyendo, hermosa, tranquila, sonriente y feliz, tan feliz como en nuestros mejores días. No fue sino hasta que me viste entrar y la expresión en tu rostro cambió, tus ojos llenos de incredulidad cayeron sobre mí y yo tratando de desviar la mirada me destruía por dentro, quería salir corriendo y escapar de aquel momento, de aquella difícil situación. Ya era demasiado tarde, ya estábamos ahí.
Pensé: Hay dos caminos que puedo tomar. Alejarme de ti, huir de la escena cobardemente y pensarte en secreto, o tenerte cerca y amarte en silencio. Aunque da igual, las dos me matan. No había más que afrontar las consecuencias y lidiar con el momento, empero todo se vino abajo, todo se desmoronó en el instante en que nos topamos de frente, temerosamente dije “Hola Bri” y tú, tú seguiste tu camino. Mi corazón desvaneció y mis ojos humedecieron como nunca antes.
Después de tanto tiempo, después de dos largos meses, lo que tanto temía sucedió, aún sigues aquí, aquí dentro de mí. Sin embargo yo para ti ya me fui. Me di cuenta que aunque te busqué en otros brazos, te piense en otros labios, te sienta en otras manos y la fecha en el calendario siga cambiando, nadie puede ni podrá borrar el pasado ni lo que por ti siente mi corazón. Aún vives en mí.
Ahora pienso, soy una basura, qué pasa conmigo. Porqué no dejo de pensarte. No te fue suficiente con robarte mi corazón, sino que ahora también te robas mis letras.
Nadie me consuela, nadie me ayuda, de esto debo salir solo y como el débil que soy busco consolarme a mí mismo, me miro en el reflejo de la ventana y pienso:
“Vas a saber lo que siento el día que entres a escondidas a leerme y veas que ya no escribo para ti”.



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