25 de diciembre de 2012

Esto no se gana


Era veinticinco y, como todos los años, todo indicaba que sería un día como cualquier otro.
Maldito y delicioso recalentado lleno de calorías. El frío provocaba que las ganas de salir a la calle fueran nulas, hasta que vibró el celular. Era un mensaje de ella; apenas la conozco pero ya siento una ligera atracción hacia su persona.

Me pidió que la visitara, asombrado acepté y me duché rápidamente. Ya era tarde cuando llegué a su departamento, sin importar la hora decidimos ver una película.
Ensalada de manzana de la cena y un poco de vino tinto fue lo que me ofreció para acompañar a Steve Carell en “Dan In Real Life”. Atentos veíamos la película, había instantes en los que la miraba a los ojos y sonreíamos, su lunar acompañando su sonrisa es lo mejor que le ha pasado a la navidad en años.
Al término de la película, mientras Juliette Binoche y Steve bailan en su boda al fondo de los créditos, me levanto a dejar la copa de vino en la mesa de centro y entonces ella se para. Y ahí estábamos, solos en su casa, viéndonos de frente y separados por escasos veinte centímetros; únicamente vigilados por la foto de sus padres del librero. Una ligera sonrisa emana de sus labios y yo me quedo petrificado ante su vaho, segundos después ella me empuja lentamente y se lleva los platos de la ensalada y las copas a la cocina. Me quedo como un tonto inmóvil observando su figura.
Un remolino de cosas y de pensamientos se dispersan en mi mente mientras sintonizo el canal de videos, entonces pienso: “¿es esto correcto?”, “¿es esto lo que quiero?”, “es lo que siempre he querido y aquí está”.
Regresa ella y se sienta a mi lado, demasiado cerca, suenan los Happy Hands Club en el televisor y sin darme cuenta se acerca y me besa tenuemente por unos segundos. Entonces durante yo qué sé cuánto rato, no tengo un solo problema en el mundo. No tengo padres. Ni facturas telefónicas. No tengo una mierda de trabajo. Ni asuntos escolares pendientes. No tengo a un imbécil por mejor amigo. Nada. No siento nada.

Veo el reloj, ya es muy tarde y no alcanzaré transporte. Debo partir. En eso se me ocurre preguntarle si me puedo quedar a dormir en el sofá. Ella solo se rió, y a mí me dio tanta pena que me fui. Y no volví a saber de ella ni de la navidad.



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