Ahora que la ventana solo refleja mi rostro, por fin tengo la certeza de encontrarme bajo un orden que nunca antes había sentido. Estamos yo y yo. Pero aún ese reflejo me irrita. Es intolerable. Pero no voy a romper el vidrio: no estoy loco. Simplemente ocurre que lo que ha pasado me pone nervioso.
¿Arrepentido? No, no lo estoy. Al contrario. Tengo la certeza de haberle hecho un favor. Pobrecillo, sufría tanto. Todos los días lo veía padecer por mí. Y no era justo. Por eso me fui llenando de valor para ayudarlo de una forma efectiva y terminante. Porque nadie mejor que yo para entender su pensamiento, las sombras, las dudas, la angustia que lo embargaba desde que abría los ojos por la mañana, y que no lo abandonaba hasta que el sueño lo liberaba de ese pesar.
Con la ausencia, parece que el aroma de Javier se ha
impregnado por doquier. Sobre todo aquí, en nuestro cuarto. Antes, cuando nos veíamos
a diario no lograba distinguir su olor, hasta que cambio de loción. Aquí y allá
dejaba su estela aromática sin compasión, sin recato; entonces yo podía
descifrar sus pensamientos. Pronto en su loción distinguí un hedor, un
sentimiento que nos separaba, anidado por largo tiempo. Ahí me percaté de lo
mucho que lo había lastimado sin darme cuenta, porque a pesar de ser tan parecidos,
no hubo duda desde nuestros primeros años que yo era mejor que él.
Siempre nos comparaban, por las más mínimas cosas, sin
embargo en el fondo éramos muy diferentes: él siempre tan atento y gentil.
Solía mostrar sus sentimientos sin importarle lo que los demás pensaran.
Confiaba en la gente y emanaba un interés muy cordial en lo que le acontecía a
sus allegados. Por otra parte, yo siempre fui distraído, metido en mi mundo y siempre
teniendo presente que no había cosa más importante que lo que me ocurría.
Egoísta y arrogante. Solía burlarme de la gente sin importar sus sentimientos.
A pesar de todo, de nuestras diferencias en medio de nuestro
parecido físico, éramos muy buenos amigos, nos comprendíamos y tratábamos de
estar juntos. Pero le hice daño, mucho daño al no ser igual que él, al ser
mejor, más inteligente, más hábil, más guapo… porque lo soy. Empero he
remediado las cosas. Le he hecho un favor al liberarlo, al darle un veneno
menos letal que el de la envidia.
Hoy he quemado sus fotos, sus escritos y sus recuerdos llenos
de mierda. También los regalos de sus amigos y exnovias. He puesto su ropa en
mi armario y he unido nuestras camas. Ahora todo es mío. Tengo su loción en mis
manos, aunque no sé qué hacer con el tenue reflejo que todavía se aprecia en la
parte inferior de la ventana. Voy a romper con fuerza sus últimos recuerdos antes
que alguien aparezca en la puerta decepcionado y diga: “¡Javier, qué ha pasado,
ahora qué has hecho!”.
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