9 de marzo de 2014

¿Para qué llamas?


Había pasado diez o quince veces. Yendo y viniendo por la acera, frente a su apartamento. Esperando a que ella se asomara por la ventana y lo viera cruzar triste, con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha.
Había llovido temprano. Las aceras húmedas daban a su paso la música de hace tres años. Charcos que lo hacían pensar en cuánto tiempo llevaba batiendo los brazos, luchando para no hundirse en ese mar calmo y sin brisa que era ella ahora que lo abandonó. No la culpaba, fingía. Pero ella nunca se asomó; en cambio sí vio a un sujeto cruzar el umbral de su edificio tardar unos segundos en subir por las escaleras. Luego miró la sombra lánguida de ella levantarse y caminar hasta la puerta, regresar con otra sombra de su mano. Vio detrás de la cortina la silueta de un beso, de un abrazo, de la ropa que caía, del fantasma de su exnovia. De esa mujer que ya no era la suya. El fantasma de un amor de mierda.

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