21 de abril de 2014

Tu risa

— Yo te amo.
— Lo sé, pero no puedo más.
— ¿Por qué? Desde siempre te he querido, eres lo mejor para mí.
— Lo sé, lo supe luego. Lo importante se entiende tarde, cuando ya no sirve para nada.

Entonces no sé por qué razón me lancé a tus pies y te escribí una basura de poema:
Sé la medida exacta del amor, la extensión de tu abandono, la envergadura de lo perdido. Te amo, te odio. Me desespera amarte. Abre tus manos y rasgúñame la espalda, sálvame. Caí.

Y te reíste.

Soltaste esa carcajada con tu tono de voz agudo, fue como una pedrada y yo agaché la cabeza. Me incorporé y me frustré tanto, me desesperaste. No fui capaz de decir nada, no quería que te molestaras más. Por dentro sentía bullir la rabia contenida de todas esas veces que te reíste de mí, como cuando saqué mis álbumes de estampas que colecciono, como cuando eyaculé en mi pantalón en tu sofá o como cuando estabas ebria y te dije por primera vez que me gustabas mucho en metro revolución.
Me era imposible asimilar el momento de tu carcajada a la trascendencia del poema. No podía conciliar tu risa con la sensación de frustración que metiste en mí. Te dije que te fueras, lo grité para adentro porque temía que en verdad partieras molesta, temía que me dejaras burlándote de mí. Y solo reí yo también, ahora sí para fuera, para que te quedaras.

Me sentí un completo imbécil, pero reí porque eso era lo que debía hacer para que no te fueras.



No hay comentarios:

Publicar un comentario